Mientras el gobierno de Nicolás Maduro mantiene al país en alerta permanente ante el creciente clima de tensión internacional, en las calles de Caracas la prioridad de muchos sigue siendo sobrevivir al día a día: comprar alimentos, enfrentar precios que suben sin freno y trabajar por salarios que no cubren lo básico.
En mercados populares como Quinta Crespo y en los bulevares del este de la capital, se percibe una mezcla de expectativa y escepticismo. Aunque algunos ciudadanos comentan en voz baja la posibilidad de un ataque o un agravamiento del conflicto político, la mayoría afirma que su preocupación inmediata continúa siendo el costo de la vida, la escasez de ingresos y la incertidumbre económica.
Pese al ambiente de tensión, la rutina no se detiene: vendedores ambulantes, conductores de transporte público y familias que hacen largas filas para comprar lo indispensable intentan mantener cierta normalidad.
Pero bajo esa aparente cotidianidad persiste un elemento que marca la vida social del país: el temor a opinar en público. En una Venezuela donde “hablar de más” puede traer consecuencias, muchos prefieren callar, incluso cuando la inquietud es evidente.
Caracas sigue en movimiento, tratando de sostener la normalidad en medio de un escenario donde la política, la crisis económica y el miedo conviven en cada esquina.
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